En
primer lugar, se ha de tomar en
cuenta que un sistema es delimitado por el observador. Esta delimitación se
relaciona al nivel de interés de estudio o de intervención.
En segundo lugar, se
ha de partir de la idea según la cual un sistema, como metáfora comprensiva, es
un todo resultante de partes interdependientes, en el que se desarrollan
patrones de comunicación y mecanismos de control autogenerados y auto-regulados en función de
las tendencias a la homeóstasis, a la evolución y al cambio.
En tercer lugar,
la pareja concebida como sistema, debe ser comprendida como una red de relaciones.
En cuarto lugar, en su evolución la pareja, como sistema abierto, se relaciona
consigo misma y con otros sistemas del mismo nivel o más amplios, garantizando
su “viabilidad” (Glaserfeld, 2005), realizando cambios que le posibilitan
ajustarse a las demandas de su entorno, lo que en definitiva lleva a que su
funcionamiento puede ser explicado en términos de procesos morfostáticos -dinámica
entre normas y hechos- (Hernández, 1997) encaminados a preservar la
estabilidad, y en términos de procesos morfogenéticos, gracias a los cuales
ejerce su flexibilidad para adaptarse a los cambios externos e internos a los
que está sujeta.
Con esto, se puede entrar entonces a plantear que: la pareja
viable que perdura en el tiempo puede ser concebida como un sistema abierto,
caracterizado por procesos morfostáticos y morfogenéticos particulares que les
permite preservarse en el tiempo, a partir del desarrollo de patrones de
comunicación/interacción y de mecanismos de control autogenerados y
auto-regulados (Cuervo, 2009).
fragmento tomado de: Cuervo, J. J. (2013). Parejas viables que perduran en el tiempo. Revista Diversitas. Perspectivas en
psicología, 9, 2